Una Reina perdida en el tiempo

A 203 años de su fundación, la Ciudad de Cienfuegos todavía exhibe en sus interiores majestuosidades, construcciones que fabulan acerca del surgimiento propio de la localidad. El Cementerio de Reina, Monumento Nacional y auténtico museo de arte funerario,  deviene en testimonio vivo de nobleza artística y elemento representativo de la cultura latinoamericana.

En 1836, bajo la supervisión del entonces gobernador de la Villa, Narciso Arascot, se inició la construcción de la necrópolis. Los inconvenientes por falta de recursos, conllevó al abandono de la obra, retomada tres años más tarde por  el Brigadier Carlos Tolrá, quien fungiera luego como Gobernador del territorio.

El 21 de junio de ese mismo año, quedó inaugurado y bendecido por el padre Loreto, primer cura párroco de la naciente población, el Cementerio General, obra arquitectónica, que obedeciera a los criterios más avanzados de la época en cuanto a construcción.

Ubicado en rumbo próximo al litoral, el recinto se estableció al oeste citadino, de modo que los vientos lo barriesen siempre hacia el mar. La necrópolis, testimonio más completo del sistema de enterramiento empleado durante el siglo XIX, evidencia el nivel artístico alcanzado por el Cienfuegos colonial, que inserta el neoclasicismo imperante en las edificaciones de la ciudad.

Entre sus más flamantes singularidades, se asumen las tapias con tres hileras de nichos, verdaderos valores del arte estatuario, que circundan sus cuatro extremos.

A pesar de la aparente simplicidad del conjunto arquitectónico, su  marcada filiación neoclásica, presente en los elementos decorativos y distributivos del recinto, conllevan a un especial tratamiento del tema fúnebre; acercado en esta ocasión a lo profano, más que a los propios símbolos eclesiásticos.

La única muestra de condición eclesial en el camposanto, se refleja a  través de las efigies de ángeles que engalanan los panteones y bóvedas de las familias adineradas de la ciudad, quienes competían en elegancia y ostentación.

“La Bella Durmiente”, paradigma estatuario, ha convertido los misteriosos ademanes de una bella joven, en mística leyenda del sacramental sitio. Según relata la tradición, la estatua fue encargada a Italia por el dueño del Hotel Unión, en ocasión del fallecimiento de su esposa.

Las maravillas arquitectónicas trascienden el quehacer escultórico y se insertan en la exquisita elaboración de verjas y lápidas de diferentes materiales; símbolos que manifiestan el trabajo progresivo en la fundición y forja del metal en la Villa.

Hacia 1857, tras una recaudación organizada por los propios ciudadanos, se concluyen las obras de edificación de la Capilla en el Cementerio de Reina. Durante la década siguiente, se amplía y reconstruye el área frontal a fin de adicionar un pórtico y dos salas a la necrópolis.

A mediados de la década de 1880, el sacramental sitio, se tornaba insuficiente para una ciudad en tan acelerado crecimiento. Es entonces, cuando el llamado “patio central” se extiende al sur del camposanto.

El nuevo espacio es destinado a sectores de bajo estatus social, quienes eran, en su mayoría, enterrados directamente en tierra. Por esta condición se hallaba bajo pocos cuidados, con monumentos en malas condiciones y lápidas caídas al suelo o rotas.

Años más tarde, a inicios del pasado siglo, fue remozado por segunda vez desde su fundación el “tesoro de Reina”; hasta que en 1920, queda prohibido el enterramiento, salvo en bóvedas particulares.

Al no funcionar la necrópolis de forma activa, luego de la fundación del Cementerio Tomás Acea, quedó desplazado el mantenimiento y restauración del camposanto. El inmueble, de fácil inundación por su cercanía al mar; presenta agua en el fondo de las bóvedas, lo que genera deterioro en la estructura de las paredes, cimientos y repellos.

A 270 años de fundado, el Cementerio de Reina sufre los embates del tiempo: agentes corrosivos  lo han deteriorado, tanto como seres humanos inconscientes que dañan esculturas, lápidas y otros elementos de indudable valor cultural.

El camposanto del oeste citadino, urgido de una restauración que lo recate para futuras generaciones, amenaza con su desaparición. El sitio sagrado, forma parte del conjunto de las más ricas tradiciones, testimonio insoslayable de nuestro acervo cultural. Rescatémoslos, no permitamos que se pierda uno de los testimonios más elocuentes de nuestra cultura cubana.

Por Redacción Perlavisión

Redacción Digital de Perlavisión.

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