(Escrito por: Guiomar Venegas/Cortesía de María Isabel Niebla)
El teleplay El árbol negro se desarrolla en la colonial Villa de la Santísima Trinidad, en la época actual. Es una sencilla historia de amor entre jóvenes. Él algo desorientado y ella muy bien parada en la realidad de su localidad: la ciudad creativa de Trinidad.
La pareja quiere progresar en su calidad de vida y ser mejores. Destacan, sin pedantería ni excesos los hábitos, tradiciones y bellezas de la Villa. Apreciamos su música afro. Y muy breves, pero claras, las famosas procesiones de Semana Santa en Trinidad; también la arquitectura, la cerámica, los bordados y el tejido.
Todo muy bien desarrollado en los personajes principales (Alberto y Laura, interpretados por Alejandro Guerrero y Liz Mía González) que se relacionan con cada categoría de esos oficios y creaciones. También hay una tradición de ebanistería y carpintería. La hechura de jaulas para los pájaros tiene gran aceptación en los pobladores.
El joven tiene manos de ebanista y encierra los sinsontes y demás especies en sus preciosas jaulas. Ello da pie a la tesis de la obra y al conflicto por el sentido de la identidad, de la libertad de los pájaros y del ser humano.
El protagonista se relaciona con sus pares, una vez mal encaminados, que consumen drogas y lo invitan. Ese consumo le cuesta un susto para su salud y vida. Tal suceso, la búsqueda de su identidad en sus ancestros y la influencia de la enamorada lo obligan a pensar y tomar otros derroteros en su devenir.
El amor no triunfa hasta que Alberto, que ya está encaminado en sus habilidades, busca sus ancestros, comprende la necesidad de respetar la libertad de los pájaros y en un concepto más amplio de los seres humanos. El turista o el villano saben que los escenarios fueron precisos y pintorescos, sin caer en pintoresquismo.
Vemos la carpintería, el horno cerámico, la candonga donde la abuela lleva sus tapetes para que se los vendan. Y otros lugares de interés cultural y patrimonial de Trinidad. Y lo más lindo, lo que la directora María Isabel Niebla quiso potenciar, conlleva a que las soluciones están sin estridencias ahí mismo, en la Villa.
El protagonista hace gala de sus dotes histriónicas y Liz Mía González actúa con verosimilitud y naturalidad. Miriam Socarrás y Santiago Alfonso le dan mucha humanidad a sus personajes y todos en sentido general responden a un mismo tono de puesta.
La obra en su contexto no deja de ser crítica con los apagones y el cierre inexplicable de la escuela de artes y oficios. La directora no deja de ser trinitaria ni artista. Como coguionista, junto a Charles Wrapner, nos ofrece una obra fresca, para nada complaciente y muy abarcadora, donde el concepto de libertad, identidad y confianza en las potencialidades y posibilidades del ser humano para alcanzar sus sueños resulta accesible y cercano a cada uno.
Muy bien por el teleplay El árbol negro.