(Escrito por Eduardo Pinto Sánchez)
Quien rememore con detenimiento los primeros capítulos de Viceversa coincidirá conmigo en lo poco de entretenimiento y altura creativa que auguraba este dramatizado. Sin embargo, de la apatía por las soporíferas atmósferas de las secuencias preliminares, el folletín televisivo fue encaminándose hacia una creciente popularidad, cada vez más sostenida en el diseño de líneas narrativas que alimentan, constantemente, la polémica.
Los — no pocas veces — enardecidos y desbordados debates que se suceden entre el fandom certifican que, mientras los «dimes y diretes» de los personajes alimenten una historia que enganche y dé cabida para replicar memes, chistes y opiniones en los grupos de Facebook o WhatsApp, la mayoría de su audiencia garantizará una importante cuota de éxito.
No hay mucho espacio, entonces, para una visión escrutadora o crítica sobre estilos y formas. Por muy marcada que sea la crisis del género a nivel global en Cuba, los modos de consumo y de decodificación de la telenovela parecen no haber variado mucho: se trata del relato, no de la forma. Y como del relato se trata, hablemos de ello.
Si ya era bastante sorpresivo encontrarse en los episodios iniciales con un libreto endeble y carente de ritmo, algo tan insólito en los materiales escritos por el dueto estelar de Amílcar Salatti y Yoel Infante (aquí se junta a María Claudia Figueroa) que nos tienen acostumbrados a inicios contundentes y comprensibles, sobrevino luego una sumatoria de peripecias y la consecuente concepción de un sistema de expectativas que discurre hacia múltiples afluentes analíticos por parte del público.
Ganó así el argumento en fluidez e identidad, de modo que las intenciones de la directora Loisys Inclán y su equipo quedaron más patentes. A través del cúmulo incesante de complicaciones de las tramas y subtramas, se hilvanó una estructura frenética que violentó — con toda intención — los lánguidos tiempos y las soluciones clásicas del género.
Los plácidos cauces por los que habitualmente transcurre la telenovela, capaces de darle cabida a lo inverosímil desde un pacto de superficialidad y simplonería con el público, aquí se trastocan, a ratos, para poner al espectador frente a disyuntivas estéticas y éticas más retadoras.
La jugada resulta atrevida porque el televidente cubano, podríamos decir, quiere que la novela «sea y no sea». Por una parte, exige pautas conocidas como el romance y la lucha entre el bien y el mal, y por otra, reclama algo de osadía, audacia y hasta una factura técnica muy difícil de alcanzar por las entidades productoras del patio.
Los guionistas han logrado que la mayoría de los protagónicos y secundarios se revistan de personalidades poliédricas y contradictorias, capaces de asumir planteamientos discursivos muy discutibles que nos convidan a ensalzarlos y mandarlos a la guillotina «a diestra y siniestra».
Detrás de los miles de comentarios, reproches o juicios sumarios que surgen por la actitud de tal o más cual personaje, se encuentra el propósito de llevar, a extremos, algunos trazados narrativos que, si bien han fidelizado a una audiencia ávida de nuevas sorpresas, también abren muchos meandros que después será engorroso rematar con soluciones satisfactorias.
No se trata de que los guionistas hayan roto con convenciones dramatúrgicas perjuradas antes, sino que parecen ajenas a la telenovela cubana, pues casi siempre tales salidas se acomodan — sorpresa más, sorpresa menos — a la moral social imperante, y a ciertos valores en torno a la representación de lo cubano y nuestros modos de hacer las cosas. Sí, mucho de lo que asumimos como habitual en los dramatizados extranjeros, después es visto como impropio en los de factura nacional.
A través de una puesta en pantalla funcional, abogaron, con determinación, por el entrelazamiento de diferentes géneros. Entonces introdujeron momentos de comedia memorables, gracias al histrionismo de la familia de Rigoberto y Rosa, o intensas secuencias melodramáticas, a causa de entuertos amorosos de los protagonistas.
Menos acertados resultan los pretextos para incorporar el suspenso o el policíaco (género del que proviene su directora) o de la tragedia con el accidente-detonante del preámbulo, la muerte de Salvador o el accidente del Yeti.
Aunque el abecé del género está presente en las cadenas de acciones y los motivos de los personajes, identificamos cierta vocación por modificar o introducir fórmulas, temas y tratamientos que se acomoden a un público necesitado de la acción duradera y que, en el fondo, aunque no lo reconozca, rechaza los esquemas tradicionales, en favor de la apabullante visualidad y narrativa de los realities.
Lo difícil resulta, como en todo dramatizado de largo aliento, sostener y dar un cierre ecuménico a los muchos caminos éticos, morales o estéticos abiertos por los guionistas, a lo largo de la organización narratológica. Habrá que ver si esas posturas atrevidas, al final, tienen también resoluciones inteligentes y arriesgadas que no nos devuelvan a la época cuando el aburrimiento daba chance para que el espectador se pasara, todo el capítulo, en busca de gazapos escenográficos o errores de continuidad en la edición.
En el juego de gratificaciones que surge entre los realizadores y televidentes de un género tan popular, por lo general no se exige mucho, ni de una parte ni de la otra; menos en el plano de la visualidad, en el que predominan aspectos subrayados hasta lo cansino, mientras otros se esquivan por entenderse extraños a la sensibilidad del público meta.
En estos cuatro meses, la novela fue creciendo en lo formal y entre la vitrina fotográfica y musical se busca revestir de una visualidad atractiva, cercana a los estándares internacionales, pero, como es lógico acusa, no pocas veces, de la humildad de nuestras producciones, un apartado al que nos referiremos en próximas entregas, junto al desempeño del elenco.
El hecho de que Viceversa no se centre en la realidad cubana inmediata hace que privilegie los objetivos lúdicos y, por ende, los personajes enfrentan pugnas que encuentran engarces con cuestiones como el consumo de drogas, la violencia sexual, la homofobia, los conflictos entre generaciones, la decepción profesional, etc.
Hay quien elucubra que, hacia los finales, los realizadores no tendrán otra opción que volver al principio de todo con alguna fórmula manida: el despertar de un sueño o de un coma médico. Esperemos que no. Lo importante sería que el cierre no resulte tan disruptivo con las múltiples y necesarias avenidas de diálogo personal y social que han abierto, al llevar, a los extremos argumentales, muchas de las tramas.
A pesar de la crisis global del género y la descomunal competencia de los formatos de la televisión on demand, la telenovela sigue ocupando un momento importante de los consumos de varias generaciones de cubanos, dentro y fuera del país; un producto cultural de ida y vuelta que, por suerte, todavía inspira a muchos creadores a adentrarse en los complejos derroteros de la innovación dramatúrgica y la reformulación temática.

