Luisa Martínez Casado fue una actriz cubana, nacida en Cienfuegos, unánimemente considerada por la crítica de su tiempo una de las mejores del mundo hispanoamericano y que falleció un día como hoy, el 28 de septiembre de 1925.

Nació en la ciudad de Cienfuegos el 28 de agosto de 1860. Su padre, Luis Martínez Casado, actor madrileño establecido en Cuba, tuvo otros cinco hijos. Hombre emprendedor y muy amante de la escena, don Luis fundó El Telégrafo, primer diario cienfueguero, y construyó el mejor teatro con que contó la localidad.

El 12 de abril de 1860, solo cuatro meses antes de nacer Luisa, la poetisa cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda, residente por aquellos años en Cienfuegos, asistió a la ceremonia de inauguración del nuevo coliseo, que se honra llevando su nombre. En un ambiente teatral como aquel (buena parte de la familia estaba consagrada a las tablas) la niña recibió su bautismo escénico en la cuna.

A partir de los tres años comenzó a aparecer ante el público en pequeñas escenas de algunas obras. Sin embargo, desempeñó su primer papel protagónico, según todo parece indicar, a los ocho años, en la pieza La vaquera de la Finojosa, en un teatro improvisado en el caserío de El Cobre, cercano a Santiago de Cuba. A partir de ahí aparecería en las obras El gorrión y La defensa de las Tunas (escritas por el padre), que los Martínez Casado llevaban en sus giras por toda la isla.

En 1870, don Luis viajó con la familia a La Habana. El Teatro Variedades-Albisu no era otra cosa, a la sazón, que una carpa de circo ubicada en los terrenos donde hoy se levanta el palacio del Museo Nacional de Bellas Artes, frente a un costado de la Manzana de Gómez, inmediato al Parque Central habanero. Allí la futura gran actriz realizó su debut habanero.

Seis años después la familia se presentó en el Gran Teatro de Tacón (hoy Gran Teatro de La Habana) con la obra Los siete dolores de María Santísima, de José Julián Canero. Esta no era la primera presentación de los Martínez Casado en el importante coliseo, pues en 1858 habían puesto en escena la habitual Vaquera de la Finojosa. Actuar en el prestigioso escenario habanero constituía una meta para todo artista y al debutar allí en un papel protagónico, con solo 16 años, la joven actriz obtuvo un éxito más que halagüeño. En lo adelante, la vida de Luisa cambió por entero y, consecuentemente, mejoró la situación de toda la familia, pues recibió un contrato por todo el mes de febrero para el Albisu (convertido ahora en un sólido edificio ubicado en el mismo sitio en que había estado la carpa).

Después el primer actor y director Ceferino Guerra incluyó a Luisa como primera actriz en su compañía, junto a la camagüeyana Eloísa Agüero. Luisita, o la Casado (como empezó a ser conocida) se destacó en el papel de dama joven en el famoso drama O locura o santidad de José Echegaray, presentado por primera vez en Cuba en 1877. En junio, ese teatro arrendó otro conjunto dramático, e igualmente contrató a la actriz cienfueguera. Durante todos esos meses las compañías dramáticas del coliseo alternaron con una empresa lírica española y en las funciones de beneficio se mezclaron obras y actores de ambos géneros. Esto permitió a Luisa demostrar su versatilidad, al interpretar el protagónico de la zarzuela Por seguir a una mujer (17 de julio), y, siete días después, encarnar a la negrita Dorotea en la pieza bufa criolla Los negros catedráticos.

Don Luis, alentado por los éxitos de la hija, decidió enviarla a estudiar a España, donde comenzó estudios de declamación. En poco tiempo su rendimiento académico fue tan notable que la eximia actriz y profesora Matilde Diez le propuso hacer los cuatro cursos del plan de estudios en un año. Al final, Luisa se graduó con el primer premio del concurso, concedido por unanimidad.

Al año siguiente, el mismo Echegaray la seleccionó para estrenar el papel de dama joven en su pieza Mar sin orillas. Su actuación repercutió muy favorablemente en la crítica especializada, y recibió incontables elogios. El famoso escritor José Ortega Munilla escribió a propósito en El Imparcial un halagüeño artículo.

En 1880 fue contratada como dama joven para una temporada en Segovia. Volvió a trabajar un año como alumna de Matilde Diez y se sometió nuevamente a concurso. Público y crítica reconocieron en su quehacer una voz de timbre simpático y agradable, robusta; llena de sentimiento, figura y facilidad en el decir. Ponderaron su talento, además de predecirle una larga vida de triunfos.

En los años subsiguientes actuó con éxito en el teatro Alhambra de Madrid, en Barcelona, Valencia, Alicante, Cádiz, Málaga, Sevilla y Granada. Recibió el homenaje de Zorrilla, quien exclamó conmovido ante su presencia: «¡Señora, dejadme besar esa frente donde ha besado Dios!». En 1884 fue contratada para inaugurar la temporada del madrileño Teatro Español, en compañía del gran actor Antonio Vico.

Regresó a Cuba cargada de laureles en 1888, como integrante de la compañía dramática del actor español Leopoldo Burón, quien se había hecho figura habitual en los escenarios de la América Central y el área del Caribe. Se presentó ante un público emocionado que colmó la sala del teatro Tacón. Protagonizó La pasionaria, de Cano; El tanto por ciento, de López de Ayala; Bodas trágicas, de Echegaray; Un drama nuevo, de Tamayo y Baus, antes de partir a la conquista del público azteca.

En México debutó en el teatro Arbeu. El presidente de la República, Porfirio Díaz, la declaró huésped de su palacio. Su función de beneficio revistió caracteres de apoteosis. El poeta mexicano Juan de Dios Peza le dedicó el monólogo Tirar la llave, declamado por la actriz en escena. Miles de flores inundaron el teatro y el público, puesto de pie, la ovacionó durante más de quince minutos. Este sería el inicio de una sucesión de giras por la patria de Juárez, predilecta de la actriz entre los muchos otros países que visitó durante sus giras por América. Los dramaturgos mexicanos concibieron sus obras para ella: Gonzalo Larrañaga le dedicó su drama Elodia, estrenado ese mismo año en el teatro Principal; Francisco de P. Morales le entregó La hija del ministro; José Peón Contreras, el drama Laureana. En 1891 Luisa decidió formar su propia compañía, integrada esencialmente por su familia, y se presentó en el teatro Irijoa (hoy Teatro Martí) de La Habana, con el habitual repertorio de obras de Echegaray, Tamayo y Baus, Dumas hijo y Sardou. Realizó una gira por provincias y debutó en el nuevo y flamante teatro Terry de su ciudad natal.

En toda la década del noventa, su presencia en las localidades cubanas (teatro La Caridad, de Santa Clara; teatro Esteban [hoy teatro Sauto], de Matanzas; Principal, de Puerto Príncipe [Camagüey]) se alternó con sus actuaciones en Venezuela, Colombia, Costa Rica, Panamá, Santo Domingo y Puerto Rico, donde le tributaron admiración y respeto ilimitados. Hacia 1897 adoptó la costumbre de ciertas actrices europeas de poner de relieve su habilidad para interpretar cualquier personaje agregando a su repertorio algunos roles masculinos: el bandido Candelas y, sobre todo, el Tenorio de Zorrilla, que retomó regularmente en los escenarios habaneros. Durante la primera década del siglo XX renovó sus giras americanas y en 1911 decidió retirarse a la vida hogareña en su villa natal. En ese mismo año recibió el homenaje de sus paisanos, quienes pusieron su nombre a un nuevo teatro, el segundo en importancia para la ciudad. El teatro Luisa se inauguró el 2 de septiembre con la compañía de otro ídolo de los cubanos, la famosa tiple mexicana Esperanza Iris, llamada «La emperatriz de la opereta».

Los últimos catorce años de la vida de Luisa transcurrieron plácidamente, venerada por sus familiares y conciudadanos. Poco antes de su partida, perdió a su esposo, también actor, con quien tuvo varios hijos. Murió en su Cienfuegos natal el 28 de septiembre de 1925.

Luisa Martínez Casado fue la última representante de la escuela de actuación española del siglo XIX, caracterizada por un marcado estilo declamatorio, grandilocuente, considerado en nuestros días anticuado y de mal gusto. En su época, donde no se concebía otra forma de decir y moverse sobre el escenario, Luisa encarnó, indiscutiblemente, la gran tragedia del mundo hispano.

Por Redacción Digital

Redacción Digital de Perlavisión.

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