Tengo la dicha de estar incluido en un grupo muy profesional y a tono con las nuevas disposiciones de la Ley de Comunicación. En el ciberespacio se discuten cuestiones profundas de esta economía nuestra que pese a las dificultades, si es por los hombres y mujeres de ciencias, debe tomar el rumbo adecuado.
Hace unos días el tema de discusión fue la bancarización –yo prefiero llamar al proceso digitalización de los servicio bancarios, ya lo he dicho. Amigos, profesores, economistas, gente de bien y para bien, discuten y proponen soluciones en el grupo de WhasApp del Centro de Estudios para la Superación del Posgraduado (CESPANEC) en Cienfuegos.
En consideración de este reportero y atrevido aprendiz-estudioso de la economía, el proceso transita por un círculo vicioso del cual precisa escapar lo más pronto posible, por el bien común. Anoto algunas de las sugerencias puestas a debate, a partir de un hecho: el dinero no llega al Banco y por tanto esas instituciones no pueden dispensar la moneda nacional.
Uno de los experimentados miembros sugería que a los grandes depósitos, esos que bien pueden hacer las MIPYMEs o trabajadores por cuenta propia, incluso empresas estatales, deberían aplicarse tasas de atractivo interés, de manera que regrese la confianza en nuestros Bancos y que estos a su vez tengan el efectivo necesario para cuando a esos les hagas falta.
La queja más recurrente es que cuando usted, dueño de un negocio, necesita grandes sumas para invertir y continuar sus operaciones, el Banco no tiene cómo responder e incluso, si precisa de moneda dura, no tiene dónde adquirirla. Para este caso –y es un secreto a voces- hay que recurrir al mercado negro y yo me pregunto: ¿de qué lugar salen esas divisas, a dónde va a parar ese peso cubano que se cambia por dólares, por ejemplo?
Al Banco Central de Cuba correspondería analizar entonces cómo mover la tasa de cambio legal, pero ¿habrá divisas para satisfacer la demanda creciente de nuestros comerciantes? Por aquí ya comienza a sonar el cascabel…
En cuanto a la visibilidad de código QR en negocios estatales y privados, su uso para todas las operaciones y el destino del dinero a las cuentas fiscales, en honor a la verdad, no nos ponemos de acuerdo en esas discusiones, generalmente nocturnas, cuando para muchos la lucidez compite con el cansancio del día y desafía el agobio de los apagones.
La Resolución 93/203 establece la obligatoriedad de las entidades dedicadas al comercio de asegurarles a los consumidores el acceso y uso de los canales electrónicos de pago ¿entonces? Incumplir con este propósito es violentar la ley y me vuelvo a preguntar: ¿entonces, cómo permitir que cada quien haga lo que le parezca, porqué permitir que se le niegue a un cliente el pago mediante las pasarelas que usamos en Cuba? ¿quién o quiénes son los responsables de hacer cumplir letra y espíritu? ¿quién le pone el cascabel al gato?
Alegaciones existen muchas: no hay suficiente efectivo en el Banco, los cajeros solo dispensan hasta un límite –aunque hay quien usa unas cuantas tarjetas que cambian y vuelven a cambiar en detrimento de quien viene detrás y hasta sus negocios se hacen, pagando un porcentaje a quien se dedica a este asunto, cortan el servicio eléctrico… Pero vuelvo al círculo vicioso: si no depositamos dinero en los Bancos, esas instituciones no tienen efectivo que dispensar, así que la responsabilidad es compartida.
En el grupo de CESPANEC referente al control popular, se propone crear algo así como un grupo en Telegram para que los clientes dejen saber quién no les permite pagar mediante la vía digital. Denunciar, es simplemente así, denunciar aquellos que violen la Ley independientemente de que no haya de momento suficiente efectivo para dispensar en caja y cajeros o se dificulte el cambio –legal o ilegal.
He dicho y repito que la responsabilidad mayor corre a cargo de los gobiernos locales, únicos con la facultad de hacer cumplir con lo legislado, hay que exigir, multar y hasta cerrar los negocios de quienes pretendan “vivir a su aire”. Si bien entre todos podemos lograrlo, reitero otra fase coloquial: ¿quién le pone el cascabel al gato?, la economía no aguanta más y los principales perjudicados somos nosotros mismos.