(Escrito por: Thalía Fuentes Puebla)

Par de sábados atrás escuché la voz de Javier Sotomayor en la televisión e inmediatamente me acerqué para ver lo que prometía ser “un programa de altura”. Había visto comentarios anteriores sobre el nuevo espacio de los sábados en la noche en la televisión cubana, pero la realidad superó con creces lo leído: escenografía cargada y oscura que deviene cansancio visual, diálogos mal estructurados, problemas de audio y chistes que coquetean con el mal gusto.

La banda canta y presenta al showman en una especie de otrora espectáculo televisivo que remonta a fórmulas de antaño que ya no funcionan. La forma de producir y concebir un producto audiovisual evoluciona a un ritmo vertiginoso.

Aquí con Roclan, parte de las propuestas del verano de Cubavisión, pareciera imitar en primera instancia a esos shows de las grandes cadenas televisivas que hoy llegan a los hogares cubanos mediante espacios alternos como El paquete semanal y Youtube. Son los de más altos ranking de audiencia a nivel global; es una realidad a tener en cuenta.

Otra, es que el público cubano demandaba un espacio de entretenimiento y música en las noches sabatinas, que antes existieron y fueron en su momento los de mayor índice de aceptación como Sabadazo, por ejemplo. El televidente necesita ver en pantalla una gran fiesta, un espectáculo que lo enajene de la realidad y lo mantenga durante una hora delante del televisor. En un escenario ideal, nos sobra arte para lograrlo.

En los últimos meses varias preguntas, que parten de mis estudios para la maestría en la Famca, se repiten una y otra vez en mi mente: ¿Cómo los patrones foráneos influyen en la producción audiovisual en Cuba? Entretener, ¿a qué costo? ¿Carecemos de presupuesto o de creatividad? A veces, tristemente, de ambos.

Si bien la producción audiovisual no es un ABC y requiere un sustento económico detrás que sostenga la parte logística, hay que entender que no es solo imitar una fórmula ya establecida que funciona para atraer audiencia, sino que se debe aterrizar la idea al escenario cubano y pensar en las particularidades de nuestro público que ya no se contenta con propuestas banales y, de televidente pasa a ser crítico. Los concursos de talento que se han hecho en los últimos años son el claro ejemplo de esa búsqueda de un sello nacional, más allá de cualquier gazapo que se le pudiera achacar.

Lo importante es que la propuesta que se haga no carezca de autenticidad o buen gusto. Hacer las cosas diferentes, no significa que se pierda la belleza artística. Además, hay que que tener en cuenta que cuando se conjuga el arte con el humor hay una delgada línea entre éxito y fracaso, que no todos saben sortear.

Por otro lado, hay que entender que más allá de la versatilidad de un artista, no todos pueden bailar, actuar o conducir. Improvisar, en un espacio estelar, no debe ser la fórmula que predomine en nuestros espacios televisivos. El público cubano, culto además, merece y exige algo mejor.

Otros análisis también son necesarios. ¿Se están haciendo estudios de audiencia? ¿Quién asigna los presupuestos de producción en tiempos de tanta carencia económica? ¿Quiénes velan por la calidad de lo que sale en pantalla? ¿No tenemos propuestas más atractivas y originales para rellenar la parrilla de la tv?

Volvemos a chocar una y otra vez con la misma piedra. La tarea de orden tiene que ser que todo lo que salga en pantalla parta del buen gusto y de una vocación cultural. Si no lo hacemos así, ¿cómo pretendemos cultivar a nuestros públicos con lo mejor del arte y la creación?

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