(Tomado de Facebook)

Contra viento y marea, el majestuoso Teatro Tomás Terry, orgullo de los cienfuegueros, no apagó sus luces. O, para ser más exactos, las encendió de una manera distinta, especial, en una tarde que se convirtió en un testimonio palpable de resistencia cultural. La compañía de danza de Rosario Cárdenas se subió al escenario, y lo hizo en una función donde la electricidad fue el primer bailarín invisible, pero no el más poderoso.

El espectáculo comenzó antes de que se alzara el telón. La penumbra en la instalación cultural y la quietud inusual del sistema de iluminación de la sala principal anunciaban lo impensable: un apagón. Pero en lugar del caos, lo que surgió fue una coreografía de voluntades. Linterna en mano, el personal técnico y de apoyo se movió con la precisión de un cuerpo de baile bien ensayado. Desde la dirección del coliseo hasta el último utilero, una sola consigna unía sus esfuerzos: EL espactaculo saldrá, nos crecemos antes las dificultades.

La solución no llegó de la red eléctrica nacional, sino del esfuerzo casero y la inventiva. Una silenciosa planta eléctrica tomaba posición del lugar , un artefacto que poco tiene que ver con la grandeza decimonónica del teatro, se convirtió en el latido de la tarde . Era la prueba de que la cultura puede respirar con pulmones de emergencia, aún en tiempos muy complejos.

Y entonces, en ese escenario iluminado por un esfuerzo titánico, los bailarines de Rosario Cárdenas tomaron su lugar. Aún sin las condiciones ideales, cada salto, cada giro y cada expresión fueron entregados con una entrega total. No había lugar para la mediocridad. La escena vivía, no por el voltaje que alimentaba los focos y daba vida al sonido , sino por la energía humana que emanaba de los intérpretes. Fue una lección de profesionalismo, amor y respeto por el arte.

En la platea, el público, leal y comprensivo, respondió con una calidez que disipó cualquier sombra de frustración. No hubo quejas, sino un respeto admirativo hacia los artistas y los trabajadores del teatro que hacían posible lo imposible. Era un pacto tácito: todos eran partícipes de un momento único, una apuesta colectiva por mantener viva la llama de la cultura, literalmente.

Al final, los aplausos resonaron con una fuerza especial. No solo eran para la compañía de danza, sino para la cadena de personas que había hecho realidad aquel milagro. Y en el centro de ese reconocimiento espacial estaba Rosario Cárdenas premio nacional de danza 2013 , una figura esencial en cubana, cuyo acto de fe en Cienfuegos y los cienfuegueros fue recompensado con dos presentaciones que, por su carácter excepcional, quedará grabada en la memoria de todos los asistentes.

Más que una presentación dancística, la presentación fue un poderoso recordatorio: que la verdadera cultura no depende de circunstancias favorables, sino de la voluntad inquebrantable de crearla, incluso a la luz de una linterna o con el fuelle de una planta.

Por Daimany Blanco Serra

Director general y actor del Grupo de Teatro Guiñol de Cienfuegos. Presidente del Consejo Provincial de las Artes Escénicas.

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