(Escrito por: Jordanis Guzmán Rodríguez)
Una de las maneras más efectivas de viajar al interior de una sociedad, es mediante su gastronomía. Cada plato típico de una región es un reflejo de su historia, geografía y dinámicas socioculturales a través de los tiempos. La colonización y la migración, aparejadas a los intercambios comerciales de ultramar, dejaron huellas en los sabores y técnicas culinarias de los pueblos americanos.
Cuba no escapó a esa predisposición cuasi-genética de reinterpretar sabores, texturas y colores mediante los productos que esta nueva tierra ofertaba al viajante. La cocina criolla es un crisol de influencias enfrentadas entre sí. Desde las comunidades aborígenes asentadas en los diferentes territorios de la isla, hasta la llegada de colonizadores españoles, esclavos africanos y la oleada de inmigrantes chinos y europeos, la mixtura cultural tuvo un reflejo inequívoco en la mesa.
Hablar de comida criolla es hablar de identidad, historia, saberes ancestrales, traspaso de tradiciones y patrimonio cultural. De ahí que un programa de televisión, con una clara vocación documental, haya tenido a bien indagar en los elementos únicos que nos hacen decir Sabe a Cuba.
De la mano del “chef del de las estrellas”, Miguel Ángel Jiménez, este nuevo formato, se aleja de los típicos programas culinarios de facilitación , que siempre han tenido tanta popularidad en la tele abierta , no solo en la isla , sino en diversas regiones del mundo. Sabe a Cuba no se conforma con instruir paso por paso en cómo hacer una platillo; va más allá y se arriesga a escudriñar en las características socioculturales de las diferentes regiones del país, y como estas condicionan lo que a las mesas de los pobladores llega.
Hay una interesante convergencia entre historia, patrimonio cultural, nuevos contextos y cocina. Ramadán Arcos, en su doble condición de director y guionista del espacio, articula un discurso entre el documental, los programas de entretenimiento y los culinarios, que le permite llegar con eficacia a un mayor número de audiencia. En ese empeño, el realizador se hace acompañar de excelentes especialistas que redondean conceptualmente al formato.
La fotografía, a cargo de Javier Torres, capta con organicidad la belleza y diversidad del paisaje cubano. Opta por tonalidades frías, de extremada pulcritud, muy propia del género con el que constantemente se juega: el documental de viajes y naturaleza.
Fabric Aguiar se hace cargo del sonido directo, y no deja nada al azar. El sonido en Sabe a Cuba es una especialidad presente, audible, que no renuncia al ambiente sonoro de los lugares donde se graba, sino que los incorpora, haciéndolos parte orgánica de la propuesta.
De gran sutileza es la edición, responsabilidad de Mildrey Ruiz, quien tiene sumo cuidado con los cortes bruscos y evita el desmedido “macheteo” de las entrevistas. Hace además uso de gráficos muy oportunos entre escena y escena, teniendo como resultado una puesta fluida, sin baches ni descalabros narrativos.
El chef Miguel Ángel Jiménez vuelve a liderar, desde la conducción, un programa de estas características, esta vez mucho más cómodo y empático. Jiménez es un profesional de la gastronomía y codearse de otros chefs o “cocineros de pueblo” lo hacen entrar en una zona de confort, no antes lograda en proyectos pasados. Pero aquí su conocimiento, su curiosidad, su sencillez para dialogar con personas no acostumbradas a los reflectores, hacen todo el trabajo. Su amplia sonrisa y el don de gente que lo acompañan, permite que el entrevistado se abra y brinde sin titubeos sus experiencias relacionadas a la gastronomía local.
Sabe a Cuba como formato, llega en un momento donde la tradición y su salvaguarda en todos los frentes, es vital para mantener intacta nuestra identidad. Cuba está hecha de sabores, colores y texturas, por eso defender nuestro acervo culinario es defender también nuestro país.